Hoy, después de muchos años, he vuelto a recorrer algunas calles del barrio que no recorría desde que era pequeña, cuando iba al colegio.
En general, cuando vuelves a ver algo después de mucho tiempo siempre tienes la sensación de que ha encogido, que algo ha cambiado, para peor. No ha sido este el caso. Los edificios están ahora rehabilitados, relucientes por el sol de otoño en diferentes tonos color vainilla. Si, estoy segura, antes eran más grises, desvaídos. Parece que a las aceras de hoy las han sacado punta, y los pasos de peatones y el pavimento han sido suavizados, para facilitar el acceso a las personas con dificultades al andar probablemente.
Las calles eran las mismas, sí, estoy segura, y seguían allí en el mismo lugar. Las reconocía porque había pocos edificios nuevos, pero parecían distintas no sólo por el color, el pavimento o las tiendas. La diferencia entre los antiguos edificios y los iluminadas casas actuales, las desconchadas aceras y pavimentos, y los arreglados pasos de peatones o las mullidas calzadas no es el paso del tiempo, porque ahora no son más nuevos, sino más antiguos, sino que ahora mi recorrido es otro, diferente.
He hecho muchos recorridos desde entonces: para ir al Instituto, para coger los Ferrocarriles y viajar a la Universidad, para ir a mi primer trabajo, al segundo, al tercero, etc. (las distintas crisis económicas desde entonces), para tomar algo con mis amigos, de viajes de fin de semana, de viaje de novios, al hospital con mis padres, al hospital al dar a luz, al tanatorio, al cementerio por distintos familiares, etc.
He pasado de nuevo por algunas calles del barrio después de muchos años y a pesar de que mi casa continua en la misma calle, ahora algunas de las calles de mi niñez son distintas. Y eso que sólo tenía que cruzar una placita para llegar a ellas.
Teresa