Como cada mañana, salgo con mi perro y damos una vuelta por el parque. De pronto, un gato negro y blanco con la cola erizada cruzó rápidamente, se subió a lo más alto de un arbusto que habÃa al lado. Mi perro tiro fuerte de mà y su collar de pinchos no logró frenarlo. Tiraba y tiraba sin parar. Temblaba y lloraba, no se si de dolor o de rabia, por haber dejado marchar al gato.
Pronto olvidó su frustración para visitar a todos y cada uno de los pinos que cada dia riega. Corre de acá para allá, olisquea por todas partes.
De vuelta a casa, un hombre con camisa de cuadros, gafas y sombrero nos saludó. Algo de mi perro le trajo recuerdos del suyo y comenzo a hablar con tantas ganas que no habÃa forma de pararle. Habló de su perro, de su mujer, de sus dos hijos, uno era fotógrafo de modelos, la otra era azafata de vuelo. Su mujer murió a los 42 años y su perro dos dÃas después que su mujer, al parecer, murió de pena. Fue a buscar una cesta de mimbre con forma de maleta a los 15 que esta por el paseo Maragall, le costo 30.000 ptas. Y lo enterro en un cementerio para mascotas que hay al final de Castelldefels, al comenzar las costas del Garraf a la derecha, el nicho y la lapida le costaron unas 65.000 ptas. Ahora cada año paga por tenerlo alli enterrado. TenÃa doce años cuando murió y sobre su tumba su amo lloró tanto como a su mujer y le prometió que nunca mas tendria otro perro.
Ahora tiene una cotorra que en un viaje a Marruecos le regalaron, llama al butanero y al cartero y a la vecina la llama chafardera.