Puri Pérez. Por fin ha llegado el verano, este verano querido, odiado, querido por esos días azules y largos, por esos días de vacaciones sin reglas ni horarios. Odiado por ese sol que quema, ese calor enganchoso, asfixiante y esos mosquitos pesados que llenan de picaduras brazos y piernas. Ya ha llegado el verano. Tiempo de playa, sábados y domingos, ni un hueco para extender la toalla, y, al final, cuando lo consigues pasan los niños corriendo cubriéndola de arena y agua.
Toda la playa sembrada de sombrillas, algunas verdes, rayadas, rojas, familias enteras que ríen, que gritan con sus neveras en la sombras. Si observas, verás como todas o casi todas las neveras son azules, ¿será que es color preferido del fabricante? y te das un baño, te tumbas, te secas, te vuelves a bañar así, una , dos o tres horas. Sin querer observas niños que lloran desnudos cubiertos de arena, con palas y cubos haciendo castillos que las olas destruyen y se llevan.
La playa huele a sal, a aceite de coco, a cremas.
Cuerpos dorados al sol, parejas que entre las olas se besan. Así transcurren los días de verano y playa, un baño, un paseo por la arena descalza, espuma blanca que borra todas las huellas del hoy, del ayer y del mañana.