Carmen Domínguez. Hasta hace poco tiempo, los europeos teníamos nuestras princesascasquivanas centradas en un pequeño principado de la Costa Azul. Ellas eran las que nos distraen con sus frivolidades.El resto de las descendientes de casas reales europeas eran unas jóvenes pudorosas discretas y de buena educación, como corresponde a sus linajes.
De repente, nos despertamos pasmados, y descubrimos que no todas son dignas de su rancio abolengo.Ha aparecido, recientemente una arrebatadora princesa, que campa a su libre albedrío, por palacios, despachos de grandes directivos, jeques y gobiernos.Asombrados nos preguntamos quién es esta audaz dama que con su desbordante energía dice campar a su anchas por las dependencias de los grandes ejecutivos de nuestro país y del extranjero, haciendo al parecer grandes negocios. Lo peor es que no es la única, que, en vez de bordar, y esperar a la hada madrina, como les corresponde, les ha dado por formar parte de los consejos de administración de las empresas.También las ha habido respondonas con sus reinas, las de vida alegre antes de casarse con su heredero y algunas hasta han tenido vástagos fuera del matrimonio.
Abrumados ante tales despiporre nos preguntamos si, al besarlas, nuestras actuales princesas no se volverán RANAS.