Puri Pérez. Cuando hablamos de la India siempre pensamos en sus templos, en maravillas como el Taj-Mahal, pero sin duda, nuestro corazón se encoje cuando vemos esas imágenes de extrema pobreza, y de todos esos niños y niñas descalzos, desgreñados y deambulando por las calles intentando subsistir.
La India, un país donde viven más de 1.240 millones de personas, con infinidad de religiones y una gran diversidad de castas es una sociedad tradicional y estricta. En la India, como en otros muchos países, son conocidas las violaciones de los derechos humanos que sufren sistemáticamente las mujeres. Es el caso de las “devadasi”, que son niñas ”dalit”, pertenecientes al status más bajo de las castas indias y que viven en el Estado de Karmataka al sur del país, cuya capital es Bangalore. Estas niñas no tienen elección, ya que desde pequeñas sus propios padres las entregan a los templos de las diosas Yallamma o Hulgamma. Al llegar a la pubertad se convierten en mujeres públicas o esclavas sexuales para satisfacer a los hombres de su comunidad, condenadas así a la prostitución de por vida. Además, suelen acabar siendo vendidas a burdeles urbanos de las grandes ciudades como Bombay, Nueva Delhi o Pune para el goce de las castas superiores y el turismo sexual de occidentales.
El sistema “devadasi” está prohibido por las leyes indias desde 1982 pero el Gobierno mira para otro lado, y su práctica sigue en aumento dada la extrema pobreza de las familias. A estas niñas les roban la niñez la dignidad, los sueños, la vida. Esta es solo una pequeña visión de la India, un país emergente, pero ancestral en sus costumbres, y que discrimina por castas a mujeres y niñas.