Puri Pérez
Un día cualquiera, bien podía ser Julio, o Agosto.
Después de llevar varias horas conduciendo, notaba el cansancio en los ojos, aunque las gafas de sol me protegían necesitaba salir del coche y descansar, pero tenía que encontrar un lugar idóneo para parar, a lo lejos divisé un lago, así que me desvié y busqué un sitio para poder estacionar .Cuando salí del coche no daba crédito, era un lugar mágico, sereno, un rincón precioso, solitario, silencioso, el agua era de un color azul turquesa como si se tratara de unos de esos catálogos de vacaciones de alguna isla paradisíaca. Me quedé ensimismada un buen rato, mirando esa maravilla de la naturaleza. Me acerqué a la orilla me senté en unas piedras. Era como si ese lago me absorbiera los pensamientos, no lograba pensar, solo sentía paz y sosiego. Después de un buen rato pensé que era el mejor sitio para comer la manzana y algunos frutos secos que había echado para el viaje. Disfruté ese instante, para mí, eso era la felicidad, agua, color, naturaleza, paz. ¡Qué maravilla de día pensé! No veía el momento de salir de allí, había sido un flechazo, como si nos hubiéramos enamorados los dos, lago y corazón pero tenía que seguir la ruta y llegar a mi destino, un lugar pequeño, rodeado de montañas donde mi único despertador seria el canto del gallo. No crean ustedes que soy una solitaria, al contrario, me gusta el contacto con la gente, hablo, rivalizo, rio, pienso, observo, comento, en definitiva, Vivo. Cualquier paisaje, cualquier lugar o un diminuto pueblo puede ser un paraíso. A veces se busca la felicidad en un viaje, en un avión, en un crucero, pero la felicidad está más cerca de nosotros de lo que pensamos, solo hace falta mirar hacia nuestro alrededor.