Una nueva ley antitabaco, aprobada reciente por el gobierno, ha revolucionado el personal, fumadores y no fumadores. El ciudadano ve perplejo como ha proliferado un desconocido mobiliario urbano: unos grandes ceniceros en la puerta de cada bar de la ciudad y unas inquietantes torres en las terrazas para calentar a los recalcitrantes usuarios del humo.
Otras de las consecuencias de esta ordenanza son los corrillos que se forman en la puerta de los establecimientos Se dice, se rumorea, se comenta que en estos grupos de ciudadanos ya se están formando parejas con el natural resultado que, en breve, puede que tengamos retoños propiciados por esta nueva situación. El ejecutivo se sentirá doblemente satisfecho por haber matado dos pájaros de un tiro: proteger la salud y ,de paso, aumentar nuestra maltrecha natalidad.
El alboroto causado por los empresarios del sector hotelero, està, en cierto modo, justificado pero tiene fecha de caducidad. Una vez asentado y digerido el impacto inicial, los dueños de los bares verán como poco a poco la clientela se adaptará a la nueva situación.En el barrio, una vez superado el primer impacto, parece que la gran mayoría acata la ordenanza sin problemas. Dueños y clientes conviven en este nuevo contesto con resignación y naturalidad.
Algunos rebeldes han propuesto burlar la norma. Estos últimos verán como los usuarios volverán poco a poco a sus locales, saldrán a la puerta a fumar la “La pipa de la Paz” que tendrá un efecto balsámico y esta nueva realidad será la cotidiana. Y esto es todo.
Carmen Domínguez.