Puri Pérez. Como cada tarde a última hora, ella bajaba a la playa. A penas quedaba gente, solo dos o tres pescadores, que dejaban sus cañas clavadas en la arena horas tras horas.
Al llegar a la orilla, ella extendía un pareo azul con flores blancas, que su hermana le había traído de uno de sus viajes, se sentaba frente al mar y miraba al horizonte, las olas eran muy suaves, una empujaba a la otra dejando un cúmulo de espumas blancas.
Allí, solitaria, ajena a los ruidos y las voces que venían de los bares y chiringuitos del paseo marítimo, solía dar un repaso a su vida. No había un día que no recordara a su padre, él había sido su apoyo, su diván, su todo. Un hombre tranquilo, educado, cariñoso, amable, pero con una fuerte personalidad. Había enviudado, cuando su hermana y ella solo tenían doce y quince años, a partir de ese momento el se había encargado de su educación, trabajaba, y solo vivía por y para sus hijas. Nunca volvió a enamorarse, sin embargo tenia amigas y compañeras de trabajo que no hubieran dudado en invadir su corazón, un corazón que solo se abría para sus hijas.
Allí recordaba los días de playa, esos días de vacaciones que pasaban cada año en ese pueblecito costero de casas blancas y fachadas cubiertas de buganvillas, donde años atrás, ella y su hermana habían pasado su niñez, y juventud.
Ahora todo era distinto, su padre ya no estaba, su hermana se encontraba a muchos kilómetros de ella, si bien se proponían verse una o dos veces al año. También su vida había experimentado un cambio importante, por un lado estaba lo amargo, lo triste, después de ocho años, había puesto fin a su matrimonio, no habían tenido hijos, por eso la separación fue un poco más fácil.
Por otro lado, era la “gran noticia”, le habían nombrado Directora General de la compañía que ella representaba, un gran logro, pero ella estaba sola. Sí, por supuesto, estaban sus jefes, sus compañeros, pero ya sabemos, sonrisas, palmaditas en la espalda, una copa de champán. Pero, sus emociones, sus penas, a quién? a quién? se las contaba?
Así, que cuando estaba en horas bajas, siempre terminaba en aquella casita blanca, frente al mar, allí sentía paz, nostalgia también alegría, era su nido, su playa, su arena, su mar. Tarde, tras tarde durante el mes de Julio ella bajaba a la playa, todos la conocían, le llamaban la “chica de la playa.”