Carmen Domínguez. El flamante y guerrero actual presidente de los EE.UU ha tenido una amante. Y no ha sido un “affaire” cualquiera con cualquier princesa de la realeza europea, como mucho de nuestros gobernantes. El, al ser el máximo guía de una Unión de Estados, sin linaje aristocrático, pero sí con muchos dólares, ha escogido a una estrella del porno, ya que. en Norte América, aunque sea un pueblo muy puritano en su conjunto, la industria del sexo es robusta potente y muy consumida a escondidas.
Y yo me pregunto: teniendo Hollywood a la vuelta de la esquina, con actrices oscarizadas, viviendo en New York, sede de agencias de bellísimas modelos, como el Señor Trump fue a escoger una artista del erotismo. Podría ser que nuestro millonario buscase emociones fuertes. Me lo imagino intentando hacer poses del Kama Sutra, aunque no creo que conozca la existencia de este antiquísimo manual de las relaciones sexuales. Como que todo en EE.UU se resuelve a golpe de chequera, afín de tapar sus vergüenzas, sobornaron a Stormy Daniels para que mantuviese la boca cerrada. Como el dinero es lo que más se valora, en aquella nación, nuestra diva, a cambio de suculentos emolumentos se ha dedicado a contar por los platos televisivos sus devaneos amorosos con el dirigente supremo.
La Casa Blanca, sede de la administración del estado más poderoso del mundo, se parece a un barco desarbolado del adulterio, pues ya tuvimos el affaire Lewinsky; ahora tenemos a Stormy Daniels que no es una becaria inocente sino toda una experta en las artes amatorias. De manera que los escrupulosos estadounidenses observan atónitos y con espaviento todo este alboroto voluptuoso, donde están involucrados, el presidente, sus abogados, la artista, demandas y contra demandas y, naturalmente, ante este disparatado asunto, la esposa del presidente, que sería la única que tendría que decir algo sobre esta cuestión, está sorda muda y desaparecida en combate.