Marta

17 juny 2012
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Relat de ficció a partir de l’Autòmata, d’ Edward Hopper.

Puri Pérez. Su nombre es Marta Ayala Durán. Nació en octubre de 1970, en un pueblo pequeño marinero de la Costa Brava. Según su madre, el día en que Marta nació era un día caluroso, de mar sereno y aún se veían algunos turistas disfrutando de aquellos días casi veraniegos.

Su padre, Pedro Ayala Ruiz, nació en Girona, en el seno de una familia acomodada. Siguiendo la tradición de la familia lo enviaron a estudiar medicina a Barcelona y ahora es un reconocido médico en la ciudad. Es un hombre apuesto, alto, delgado y muy moreno, con una voz sosegada, de semblante serio y fuerte personalidad. Todavía conserva amigos de la infancia, algunos médicos como él, otros escritores, y su mejor amigo, artista, bohemio que se fue a París a estudiar Bellas Artes, y que hoy en día es famoso por sus cuadros dedicados al mar, y a los pueblos de la Costa Brava.

La madre de Marta, Marina Durán, es la mayor de tres hermanos de una familia de renombre de la burguesía catalana. Estudió enfermería, y fue en el hospital donde conoció al doctor Ayala, cinco años mayor que ella. Se enamoraron y decidieron casarse. Al año ya nació su primera hija, María, una niña preciosa, que llenó de luz la casa. Ellos querían un hijo varón, pero vino una segunda niña a la que pusieron Marina como a su madre, y ya en el último intento, llegó la tercera hija, que se llamó Marta. Marina Durán dejó la enfermería para dedicarse por completo a su familia, a la educación de sus tres hijas. Nunca hubo reproches, pero jamás perdonó que su marido la obligara a dejar su trabajo como enfermera. Marina siempre ha sido una mujer elegante, educada, buena madre, prudente y sumisa, quizás por el tiempo que le tocó vivir, en que la mujer aún se dedicaba en cuerpo y alma a su familia y al hogar.

Ahora que ha pasado el tiempo y ya son tres mujeres adultas, Marina mira a sus hijas y se complace de la excelente relación que mantienen entre ellas. Siempre que sus trabajos se lo permiten se reúnen para hablar de sus vidas, de sus amores y desamores. Marta, la benjamina, vive en Madrid. Estudió Historia del Arte, y, a sus 42 años, después de mucho esfuerzo y años de estudio, es ahora directora de un prestigioso museo. Londres, Nueva York, Roma… Sus viajes por trabajo son continuos, lo que  y la han llevado a convertirse en una mujer muy independiente que rehúye los compromisos. Sus relaciones sentimentales han sido siempre muy breves, excepto la última de ellas, que ha durado casi tres años. Marta vive en un apartamento espacioso, luminoso y con grandes vistas, rodeado de zonas verdes, que le permiten respirar aire fresco cada mañana antes de ir al trabajo y mantenerse en forma haciendo algo de ejercicio. A Marta le importa y le preocupa su aspecto, es presumida y coqueta. Es una apasionada del traje de chaqueta, los tiene de varios colores, verdes, negros, grises… siempre bien conjuntados con camisas y zapatos de tacón. Aunque a veces piensa que tiene demasiada ropa en su armario, cuando viaja por las capitales de la moda no puede resistir la tentación y siempre acaba comprándose algún “modelito”.

Pero cuando Marta regresa de algún viaje y llega a casa le invade una sensación extraña: la soledad. Algunas noches de insomnio suele hacer balance de su vida, de todo lo que ha logrado pero también todo lo que ha perdido, y piensa en Pablo, su última pareja;  tras tres años de relación, decidieron separarse aun sabiendo el amor que aún hay entre ellos. Pablo trabaja en la banca, es un hombre sencillo, familiar, y muy atractivo, y siempre ha tenido claro que Marta sería la mujer de su vida, la mujer con quien compartiría la vida y tendría hijos. Pero iban pasando los meses y a Marta sólo le importaba su trabajo, llenar de ropa su armario y mantener su figura. Cuando Pablo le hablaba de tener hijos siempre terminaban discutiendo. Siempre era culpa de Marta, al miedo a perder su libertad, y a la responsabilidad que ser madre conlleva. Ahora, tres meses después de la separación, en la soledad de su apartamento de diseño, a Marta le falta algo, echa de menos a Pablo y se plantea volver con él y empezar de nuevo. Incluso ha visitado a su ginecólogo para manifestarle que quiere ser madre, y, después de someterse a un reconocimiento, su médico le ha informado de que todo está bien, pero tiene un agravante, ya no es una niña. Ella decide seguir adelante con su plan, quiere volver con Pablo y ser madre. Aún lo quiere y, sin duda, sería el padre perfecto para su hijo. Una mañana, justo antes de salir para el trabajo, suena el teléfono, es Pablo, quiere verla y hablar con ella. Él también la echa de menos, es el amor de su vida, y después de estar tres meses separados, los peores de su vida, ahora la necesita cerca, necesita sus besos, sus abrazos. Esta confesión de Pablo coge a Marta por sorpresa, y las únicas palabras que logra decir es: “sí, sí quiero, quiero volver, no quiero perderte”. Al cabo de un año ya tienen su primer hijo, de nombre Daniel, como el abuelo de Pablo, un bebé precioso, de ojos negros muy expresivos.

Marta se siente dichosa, feliz, y desea que el tiempo se detenga, pero en su interior sabe que pronto volverá al trabajo y todo será diferente. Y, en efecto, así es, los primeros días de trabajo son duros. Separarse del pequeño, viajar, estar días enteros fuera de casa le produce una sensación extraña,  pero si una cosa tiene clara es que no va a perder su libertad, y ni Pablo ni su hijo frenarán sus ganas de volar y de triunfar en su carrera. Es una mujer independiente y lo seguirá siendo. No, a ella no le pasará. Marta no está dispuesta a que se repita la historia de su madre, que tuvo que abandonar el trabajo para dedicarse a su familia, y no pasa ni un día sin que su madre se lo recuerde.

Precisamente es por esa razón que Marta y sus hermanas se han sentido siempre algo culpables de la vida que le tocó vivir a su madre, pero, fuese como fuese, la adoraban, y agradecían todas las atenciones, educación, cariño, y respeto que habían tenido en casa, también por parte de su padre, quien inculcó a Marta el amor por la pintura y las artes, y gracias a ello es ahora una profesional de éxito. No, a ella no le pasará lo que le pasó a su madre, se intenta convencer una y otra vez, pero, al final, Marta mira a su bebé a los ojos y piensa que quizás no necesita nada más para ser feliz en la vida.

 

 

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