Ficció. Carmen Domínguez. Doña Agueda resolvió hacer un paseo en barca, aquella apacible tarde. Vistió a su pequeña y se dirigió hacia el lago. Durante el camino iba pensando en su aburrido y apático aunque buen marido. Su vida se sucedía en un placentero y sosegado transcurrir del día a día. Llegó al embarcadero y alquiló una barca.
Al subir al bote guiado por aquel hombre rudo, su corazón dio un vuelco.Tenía ante sí un individuo que provocó en ella un frenesí hasta entonces desconocido. Imaginó fugarse con él y tener una aventura de amor embriagadora y que esos fuertes y bronceados brazos la abrazaban y besaban con una pasión desenfrenada. Fueron unos sentimientos que jamás hasta entonces había sentido. Al acabar la pequeña excursión marítima, bajó la vista y pagó a aquella criatura que la había dejado convulsa.. Avergonzada por sus devaneos, inició el camino lentamente hacia su palacete, barruntando que había agraviado a su marido, aunque fuese solo de pensamiento. Llegó a la conclusión que llamaría a su confesor para pedir la absolución de su pecado de propósito. A la mañana siguiente su doncella le trajo el recado que su confesor no podía atenderla ese día porque tenía que interesarse por un enfermo, pero que a su nuevo sucesor podría relatar su falta. Aquella misma tarde, nuestra pía Dama se dirigió a su confesionario decidida a hacerse perdonar, Pero cuál no fue su sorpresa al ver que su nuevo guía espiritual era nada menos que el Barquero de la tarde anterior. Horrorizada volvió a casa sin decirle nada al nuevo párroco. Pero en su fuero interno feliz por retrasar esta confesión lo máximo posible, porque había sido una peripecia pecaminosa pero inmensamente intensa.