Puri Pérez.Il·lustració Marta Fortuny. Me enamora la soledad, me atrae estar a solas y en silencio, pero solo a veces y es ahí donde soy yo, con mi verdad y mi tiempo. Me gustan las tardes o las mañanas en soledad me ayudan a reflexionar con calma, es para mí un bálsamo, una terapia, es el mejor de los caminos para oír mi corazón y limpiar lo que arrastro día a día con orgullo y con rabia. En mis momentos de soledad, suelo mirar tras la ventana, siempre el mismo paisaje, árboles, montaña, casas, tejados, cables de luz, la calle con coches estacionados, veo pasar los turnos de la vida y las personas que bajan calle abajo, calle arriba, cada cual con su historia
A veces en soledad pienso. Me acomodo en una silla, mis manos se acarician se frotan entre sí como si estuvieran extendiendo crema, es como el preludio al baile de pensamientos que están a punto de salir, salen liados, sin orden ni reparo. Me asaltan de todo tipo, algunos en blanco y negro. Ese momento lo hago mío, mi mente empieza a trabajar a destajo, pienso en todo, en el pasado, en los errores y en los aciertos, en el presente y cómo no, en el futuro. Pero también es cierto que a veces invento quimeras y pinto paisajes nuevos, incluso si repaso un libro me quedo con las páginas en blanco y como una nube que arrastra el aire me alejo de la realidad por momentos. A veces pienso sin querer pensar, a veces sueño, sin querer soñar y a veces escribo, pero solo a veces.