Puri Pérez. Mi terraza es para mi como una ventana abierta que da a ese valle donde se percibe el frescor, el olor, el color de la vida y la dejadez del tiempo. Salgo a ella y la contemplo, me da serenidad y mis pensamientos se enredan entre la buganvilla. Allí los aparco mientras quito sus flores secas. Riego el ciclamen y el geranio con sus hojas de terciopelo. Ahora el limonero está en flor, ha echado nuevas hojas y si te acercas huelen a limón. El laurel, pobrecito, no lo veo bien. Tiene las hojas enfermas, raras, no sé de qué pero ahí sigue esbelto, altanero, perfumado. Vamos a ver lo que dura, pues son casi veinte años en una maceta, no sé cómo no se ha secado aún. Disfruto también de dos olivos que una vecina me trajo de Jaén. Cuando los miro me asomo a esos campos de Córdoba y recuerdo mi niñez, cuando en puro invierno los aceituneros recogían las aceitunas con las manos agrietadas, rojas de frío y manchadas de barro, deseando arrimar su cuerpo a la candela a la hora de comer.
No quiero ponerme melancólica. Vuelvo al presente, a mi terraza, limpio el alféizar o poyete, como mi madre decía. Lo tengo con macetas pequeñas, flores de temporada como petunias y pensamientos con su gama de colores, también alguna prímula, todas ellas me encantan pero no suelen vivir mucho. Años atrás tuve un jazmín, me gustaba a rabiar su olor. Cuando pasabas por su lado te impregnaba de su dulzor. Era la flor preferida de mi madre. Recuerdo que cogía un ramillete y con un alfiler los unía y se los ponía en el pecho. Cuando te inclinabas para besarla, la primavera recorría a todo tu cuerpo
Mi terraza es aire, polvo, tierra, agua, verdor, color, sol y sombra, tardes de lectura y juegos.
Este escrito ha salido a raíz de repasar el libro de Pía Pera, titulado Aún no se lo he dicho a mi jardín. Un libro sencillo, profundo y tierno donde la autora va redactando como su vida va marchitándose como su jardín.