Carmen Domínguez. Vimos a los cuatro candidatos a la presidencia del gobierno defendiendo cada cuál su causa, porque del programa de gobierno nada, o casi nada dijeron. Más bien me hicieron pensar que eran los fatídicos Jinetes del Apocalipsis, que en vez de un caballo tenían un atril. Pronosticaron una catástrofe o una guerra (financiera, se entiende), una carestía (naturalmente como la que hay ahora en Venezuela). Uno se siente vencedor y otro insiste en que quiere la muerte de los partidos a la antigua usanza o del Estado del bienestar por causa de la corrupción. Lo dicho la Muerte, el Hambre la Guerra y el Caballo blanco de la Victoria.
No pregunte cual es cual ya que durante el debate cada uno fue uno u otro de los cuatro caballos dependiendo de las circunstancias y según le convenía. Todos se sienten vencedores y tienen el morro de meternos el miedo en el cuerpo, apelan al voto útil cuando lo verdaderamente útil seria que se callasen. Unos avocan por el cambio, otros por la continuidad, dicen, para seguir en la senda de la recuperación. Y entre tantos dimes y diretes la población está cabreada, con un berrinche de aúpa, oyendo, con estupor, tanto dislate, asombrada ante la algarabía que arman sus políticos, y, encima. para no decir nada. Eso sí, insultándose entre ellos, como chafarderas de pueblo.
La ciudadanía abrumada desea que llegue el 26, para ver si acaba tanta incontinencia verbal entre candidatos pero temerosa de que vuelva a repetirse el fiasco del 20 D, y con resignación cristiana pide al Altissimo que gane el que sea pero que acabe toda esta letanía, ya que está hasta la coronilla y no tendría aguante ante la murga de una tercera campaña electoral.