Puri Pérez.
Cierta mañana, llamé a mi hermana para dar un paseo y tomar un café, pues debido al estado en el cual nos encontramos hacía semanas que no nos veíamos. El encuentro fue gratificante, no hubo besos ni abrazos, pero solo mirarnos nos llenó el vacío que el corazón necesitaba. Después de los saludos comenzamos a caminar, cada una con su mascarilla correspondiente, ¡es un estado tan atípico! Comenté a mi hermana, ella me respondió, cierto, a ver como salimos de esta. Seguíamos caminando. Aunque teníamos muchas cosas de que hablar íbamos en silencio, observando a la gente, toda con la boca tapada.
Cruzábamos las calles como autómatas, éramos dos transeúntes más aparentando normalidad. Pero lo cierto es que ya nada es normal, no es normal ver comercios cerrados, persianas bajadas, bares y cafeterías con mamparas, hoteles sin turistas, escaparates apagados. Es un escenario jamás imaginado. Por supuesto la ciudad sigue siendo la misma, sus calles, sus árboles erguidos, donde se cobijan los pájaros que nos otean desde las ramas. No obstante, en la ciudadanía se percibe tristeza, desgana, hartazgo. La palabra covid y pandemia ocupa toda conversación, todo encuentro. Hay deseos de vivir sin horarios, sin fronteras, sin mascarillas, y, sobre todo, poder abrazar y besar sin recelo.
Después de caminar, observar la ciudad y pasar juntas la mañana, nos esperaba el buen café y nuestra charla, nos pusimos al día de nuestra rutina, de nuestros anhelos, y con las mascarillas puestas nos dijimos la última palabra ¡Cuídate!.